7de7.net :: contraseñas :: En blanco [Víctor M. Díez]
Avner, el excéntrico
No sé el nombre de casi nada, tengo la boca
llena de tierra, de una tierra humeante.
Nada, es lo que te digo. Asgo nuestros cuerpos
de entonces, blancos, duros, abiertos.
Un paisaje borroso, imposible de enfocar.
Esto es lo que se me escapa.
La silueta de la palabra indecible
me produce un calor cercano al deseo.
Veo ese pájaro sin nombre cada amanecer
como preguntando, como recordándome
la cuestión... ¿Cómo llamar al invierno?
Chimeneas ciegas atrayéndolo hacia adentro.
Decir es traer o ya no.
Desconozco todas las estrategias.
Las reglas, sí. Que hay reglas, sí.
La garganta ardiendo por la infusión de jengibre.
El olor a cilantro en las manos.
La escritura que mancha como la sangre.
Cadena que reconstruye la tarde: te decidiste
a pegar lo roto de ayer, el pegamento
también se adhirió a tus yemas, dejaste las huellas
por ahí pero nadie las percibe. Lo peor fueron
todos los fragmentos de todo lo que se convirtió
en tus dedos, por no decir tus manos.
Ya no sé nada de vosotros. Os oigo
a veces pero no sé. Que no digo, que no emito,
que soy de papel arrugado. El sonido de un papel
arrugándose en el escenario de un teatro vacío.
Sigo repartiendo pinzas de madera y fichas de parchís
por los callejones. Eso sí, decís. Pero lo que decís
no me concierne. Destapo un cubo
y veo un hogar abandonado.
Las luces de los autos me deslumbran
como vuestra ausencia. Que enmudezco.
De qué os asombráis. Sentí el asco un día
en que apenas había bebido. Me ensombrecí
en un banco durante horas.
No entiendo la armonía de todo. Tampoco
nuestro olvido de la armonía.
Salgo un instante y todo son roturas.
La discontinuidad de lo urbano, la respiración
entrecortada, los amaneceres en blanco roto.
Hace tiempo que no alcanzo a comprender
la síncopa de lo común. Otra armonía, me digo,
mientras subo un nuevo tramo de escalera.
Desconfío hasta de mi propio desconsuelo.
Hace tiempo que los gurús
sospechan de todos nosotros.
Qué estáis haciendo, como si toda la vajilla
fuese a estallar. Esa explosión contenida.
Sacrifico mis intenciones mirando al ocaso.
El ritual ante otros ojos me ayuda.
Ya no me doy cuenta, me retraso.
Desconozco los riesgos de cada acto.
Hundirme, quedarme absorto ante lo que aprendí
y ya había olvidado, es mi manera de avanzar.
El desorden de la inmediatez. Una sucesión
de equipajes a medio abrir como almanaque.
No hay quien ande por este sótano
de memoria, nunca me acuerdo de la bombilla.
Casi agujereado, lleno de huecos
por la ignorancia: nidos y nidos de nada.
Una casa de palomas, un secadero de tabaco.
Mental, la radiografía sin rayos, para percibir
esa sucesión de conjuntos casi vacíos.
Entra un frío ancestral
por los vidrios rotos. Aire que pierde aire
en el vecindario de la incertidumbre.
Voraz, recojo cartones y telas,
papeles viejos para cubrir las rendijas.
Lo que son manos que casi nada pueden recoger,
se convierten en mi familia en pulmones
que apenas pueden agarrar aire.
Es como una tara de estirpe.
Empieza por un dedo meñique, me dijo el hermano
mayor de mi madre; después el otro
y ya toda la mano y las dos manos. Un día dejas
de poder andar, ya no se vuelve. El humo
nos va paralizando de a poco. Habladurías.
Pero sin gracia, la torpeza del payaso.
Se me cae la sintaxis. La frase se vierte entera
al agacharme a recoger la palabra rota.
El poema, abierto por debajo, va dejando
un reguero de sentido, mientras camino sin conciencia.
Todo lo que queda atrás. Soy lo que pierdo
por el camino. No hay fortuna
en esta ligereza de sólo restos.
Cierro a duras penas
la bolsa de la boca casi vacía.
Desdecir. Del dicho al hecho, lo deshecho.
Una maquina nocturna de fabricar jirones, cintas
de color que sancionan los actos del despierto.
Una infrecuente habilidad para dislocar
lo que el azar encaja una y otra vez para ti.
Aparta de mí estas tijeras de ser vivo.
Desdoblar la voz como un mapa, suena
el acordeón. Tu voz, me dijiste, a través del trafico.
Te doy una moneda por la canción soñada.
Decía: hoy quiero estar triste para saborear
la piel amarga, no el corazón jugoso de la tarde
evaporándose.
Víctor M. Díez (León, 1968) es autor de libros de poesía como Evaporado va, Cordura Abajo, Circo varado, Oído en tierra, Voz fuera de campo o Ser no representable. También forma parte del cuarteto de música improvisada Sin Red (con los músicos Chefa Alonso, Ildefonso Rodríguez y Cova Villegas) y es conocido por sus trabajos con músicos, grupos de teatro y, en general, como agitador cultural y creador proyectos estéticos contemporáneos.